Excelente artículo de opinión que nos envía Alejandro Ruiz Cabrera.
¿Cada vez más expuestos a los riesgos naturales? Seamos cautos y practiquemos un desarrollo seguro, gracias Alejandro!!
El desarrollo económico y
los riesgos naturales no han seguido la misma evolución en los últimos tiempos.
Es indudable que en la sociedad occidental la población media ha experimentado
una mejora de las condiciones económicas bastante alta, por motivos de distinta
índole que no son el punto a tratar aquí, pero esto no ha sido igual con el
número de fenómenos adversos producidos, o al menos no hasta el punto de
representar un crecimiento de igual magnitud.
Dejando al margen temas
controvertidos como puede ser el cambio climático, donde muchos de los
escenarios que se presentan como más catastrofistas auguran un incremento de
los periodos de sequia, lluvias más intensas pero también más irregulares y
concentradas a lo largo del año, mayor numero de huracanes a lo largo de cada
ciclo anual, etc., lo cierto es que los riesgos naturales no muestran una clara
predisposición a incrementar o minimizar sus apariciones. Por lo tanto, no
parece ser el brazo de la naturaleza el que desequilibre la balanza y se hace
necesario acudir a la incidencia antrópica para poder explicar porqué el
Consorcio de Compensación de Seguros, en los anuarios estadísticos que publica
y que están al alcance de todo el público interesado ya que son de libre acceso,
prevé un aumento de las cantidades a pagar por daños en las próximas décadas.
Llegados a este punto,
podemos encontrar dos razones que llevan a que se produzca este aumento de los
daños producidos sin un incremento del número de fenómenos anuales. Por un
lado, el crecimiento urbanístico del país desde la década de los ’50, la cual
marca el comienzo del auge del turismo en España, no ha estado en ningún
momento auspiciado por una política de ordenación territorial eficiente hasta
época reciente. Sirva de ejemplo la amplia franja litoral del sur de la
provincia de Alicante, con una gran cantidad de urbanizaciones construidas en
las últimas décadas con la intención de servir de segunda residencia en los
meses estivales, cuya expansión no ha tenido en cuenta ninguna clase de
precepto mas allá de la demanda existente en su momento por estas viviendas, y
el rentable proceso que suponía la compra de estos terrenos a bajo precio –con
respecto al que posteriormente llegaron a tener- para vender los hogares a uno
muy superior. La inexistencia de una cartografía de riesgo, planes de
ordenación territorial, leyes o decretos que dieran la importancia que merecen
a los riesgos naturales, permitió la construcción indiscriminada en estas áreas,
que ahora han pasado a ser una fuente inagotable de gasto en compensaciones
económicas –principalmente por inundaciones- y gasto en medidas estructurales
diversas –encauzamientos, presas de contención, etc.-.
En segundo lugar, el aumento
del nivel de vida en los países europeos que se ha sentido hasta la llegada de
la actual crisis económica sirvió para avivar año tras año esa burbuja
económica que solo finalizó cuando no hubieron mas compradores que la
acrecentaran, motivó la adquisición de estas segundas residencias que se
situaban en zonas costeras con peligrosidad a tener en cuenta, pero es que
además dichas residencias –y también aquellas que no son para veraneo, sino
para habitarlas de forma continuada- fueron equipadas con toda clase de bienes
de alto valor, fruto de la posibilidad y las facilidades dadas para
adquirirlos, y que con la llegada de los fenómenos adversos dejaban una cuenta
muy superior de daños provocados. Obviamente no es problema de las personas el
comprar o no productos de lujo –y menos en una sociedad donde los bienes de
Veblen parecen ser casi una necesidad de cara al estatus personal-, pero el
simple hecho de exponerlos en viviendas con probabilidad de sufrir inundaciones
o eventos sísmicos hace que aumenten los perjuicios de los mismos.
Definitivamente, el
desarrollo económico resulta uno de los pilares fundamentales del avance de
nuestro tiempo, pero la desidia ante los riesgos naturales que hubo en el
pasado ha quedado como una muralla ante ello, y es que pocas cosas resultan más
frustrantes que el ver como el premio a años de trabajo y es fuerzo son
inundados y reducidos a ruinas, ya sean viviendas, vehículos o bienes
materiales. Incluso asegurados todos ellos, la sensación siempre será que todo
se pudo haber evitado si la herramienta de la ordenación del territorio se
hubiera activado con anterioridad. Por lo tanto, concluimos diciendo que la
población ha tendido a aumentar su riqueza media, pero también a colocarse en
situaciones de mayor vulnerabilidad ante los medios naturales, y de esta forma
podemos comprobar cómo zonas de alta peligrosidad han sido usadas para
construir urbanizaciones de lujo, en las que muchísimas veces se instalan
personas que ni siquiera son de la zona donde están, y que solo las usan como segunda
residencia, por lo que desconocen los cambios meteorológicos que cada estación
puede traer, lo cual es un factor más que incrementa esa vulnerabilidad que ya
hemos mencionado.
La población se ha instalado
en espacios más inseguros con bienes de mayor valor, pero pase lo que pase
siempre se culpara al cambio climático y no a la nula planificación que se tuvo
en el pasado.
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