López, I, 1 Montaño, B. 2, Melgarejo, J.3,.
1 Catedrática del Departamento de Análisis Económico
Aplicado, Universidad de Alicante, Apdo. 99, E-03080 Alicante, iortiz@ua.es
2 Profesor del Departamento de Análisis Económico
Aplicado e Investigador del Instituto Universitario del Agua y las Ciencias
Ambientales de Alicante, Edificio Institutos Universitarios) Carretera San
Vicente del Raspeig s/n 03690 San Vicente del Raspeig, Alicante,
borja.montano@ua.es
3 Catedrático del Departamento de Análisis Económico
Aplicado e Investigador del Instituto Universitario del Agua y las Ciencias
Ambientales de Alicante, Edificio Institutos Universitarios) Carretera San
Vicente del Raspeig s/n 03690 San Vicente del Raspeig, Alicante, jmelgar@ua.es
La estrategia mundial que pretende
garantizar el abastecimiento de alimentos a la población contempla un necesario
aumento de la producción agraria, para lo cual gran parte del esfuerzo debe
hacerse en el regadío. La clave no reside tanto en un incremento de los
regadíos sino en mejorar la eficiencia y rendimiento de los regadíos
existentes.
El nexo agua-energía presenta por tanto
dos vertientes diferenciadas. El ciclo del agua lleva asociado un gasto
energético que hacemos al transportar y elevar agua, o cuando aplicamos
procesos físicos y químicos para tratar aguas saladas, salobres, blancas o
potables o residuales tanto urbanas como industriales. De otra parte, el sector
energético emplea el agua en las centrales hidroeléctricas y en los sistemas de
refrigeración de todas las centrales térmicas y en las termosolares.
Pero esta relación puede hacerse
mucho más extrema, por ejemplo cuando desviamos la producción agraria a la
obtención de biocombustibles. Estas prácticas pueden ser útiles en situaciones
concretas, pero no pueden resolver el problema a escala global. Agricultura,
agua y energía están estrechamente correlacionadas.
¿Cuál es el efecto de la creciente escasez hídrica y
energética sobre la interrelación entre ambos recursos? En este sentido, nos
planteamos la hipótesis de que a mayor escasez más estrecha es la relación
entre ambos recursos. Dado el contexto actual, con los efectos del cambio
climático y el crecimiento continuo de la población mundial, nos preguntamos ¿Cómo
podemos integrar la gestión de agua-energía sabiendo que son dos recursos
íntimamente relacionados? La gestión de ambos recursos debe ser conjunta,
optimizando el consumo de agua en la generación energética y viceversa, de no
ser así es muy difícil alcanzar la sostenibilidad. Por otro lado, pretendemos
mostrar que cuando la escasez hídrica es
mayor y al mismo tiempo pretendemos aumentar la producción agraria en el
regadío, el consumo energético del agua empleada en la producción agraria
aumenta considerablemente.
Partiendo de los resultados de la
Encuesta Sobre el Uso del Agua en el Sector Agrario del año 2007 (INE), el
77,9% del agua empleada para riego fue de origen superficial, el 21,1% de
origen subterráneo y un 1% provenía de otros recursos (como agua reutilizada o
desalada). En función del tipo de agua que se emplee el gasto energético
asociado es uno u otro.
Dependiendo del tipo de regadío
empleado, el consumo hídrico varía (gravedad 7.500 m3/ha, aspersión
6.500 m3/ha, localizado 5.000 m3/ha) y al mismo tiempo según
el tipo de agua que se emplee el consumo energético será diferente (el agua con
un mayor consumo energético es la desalada con un consumo de 4,20 kWh/m3
a pie de planta, seguida del agua trasvasada 1,20-1,44 kWh/m3, la
reutilizada 0,25-0,43 kWh/m3, la subterránea 0,15-0,68 kWh/m3
y la superficial 0,02-0,28 kWh/m3).
El contar con recursos hídricos con
distintos costes energéticos, hace que nos encontremos en una situación similar
a una restricción presupuestaria microeconómica. La idea es que, trataremos de
emplear los recursos hídricos menos costosos en primer lugar, y esto nos
llevará, como se ha demostrado (Corominas, 2009) a que a medida que el consumo
hídrico aumenta, el consumo energético por m3 es mayor.
De la situación anterior, se desprende
el hecho de que una mayor disponibilidad del agua menos costosa en términos
energéticos (la superficial), haría el consumo de agua más eficiente en
términos energéticos. En este sentido, partiendo de los datos de precipitaciones
medias anuales (con datos de MITYC desde 1960 hasta 2007) y otras fuentes
bibliográficas (Hardy y Garrido, 2010; MARM, 2010; Melgarejo y Montaño, 2011)
veremos que existe una relación inversa entre el gasto eléctrico en el regadío
y el volumen de precipitaciones.
Conclusiones y Recomendaciones
Los procesos de cambio climático
hacen cada día más grave y urgente la necesidad de emplear los recursos
energéticos e hídricos con criterios de sostenibilidad. El calentamiento global
potencia la búsqueda integrada de respuestas.
El uso de recursos hídricos no
convencionales es cada día más frecuente en las recientes obras de
modernización de regadíos y tienen aún un gran potencial de utilización. El
disponer de estos recursos nos permite incrementar la cantidad de agua disponible,
pero son por lo general más costosos en términos energéticos. Es por ello que
debe de ser un objetivo prioritario el garantizar la eficiencia energética en
el desarrollo del riego para así, satisfacer la sostenibilidad de la actividad.
Para ello, la gestión de energía y agua debe estar integrada.
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