miércoles, 14 de noviembre de 2012

Cansados de que se aborden los problemas a la antigua


Eduard Punset

Muchos recortes pequeñitos para no enfadar a los que han vivido los tiempos de bonanza, en lugar de las grandes reformas que habrían soliviantado a los que descubrieron un modo de vida, incrustándose en el entramado nuevo. Para decirlo con otras palabras: activar los recortes para no molestar demasiado, como la subida del IVA o la paga extra de Navidad para los funcionarios, pero dejando para los que vengan después las grandes reformas como la del Estado –adelgazamiento de las autonomías, diputaciones, organismos públicos–, la flexibilización y transparencia de la política laboral, la adecuación de las organizaciones sindicales a la sociedad del conocimiento en lugar de al pasado, la reforma educativa…, necesarias para salir del último lugar en el ranking europeo o, no menos importante, para acometer las transformaciones pendientes e inacabadas durante la Transición –como la división de poderes o la reforma electoral que devolviera al ciudadano el poder de elegir a sus propios representantes–.
Cuando se constata el desprecio del gran público por los mecanismos de decisión, se está poniendo de manifiesto el cansancio generalizado con el modo antiguo, por no decir empedernido, de abordar los problemas. En la época de la inmediatez del reflejo del cambio de opinión en las redes sociales, no es admisible que se siga tardando meses en crear o hacer desaparecer una nueva empresa. Cuando los nuevos resortes de comunicación digital permiten aglutinar a miles de ciudadanos en pocas horas, no tiene ningún sentido tenerlos esperando durante días, semanas, meses o años para aplicar las decisiones a ellos encomendadas. Es absurdo crear aeropuertos sobredimensionados cuando el espacio que existía bastaba y sobraba para atender las necesidades de la gente.
Terminal del Aeropuerto de Castellón, aun pendiente de apertura (imagen: Wikimedia Commons).
Pero existen muchas otras razones que explican el enfado popular contra los responsables del manejo de la política, sindicatos, instituciones políticas o gremiales. Todas esas razones fueron, además, comprobadas por la ciencia; a veces, años después de que ya estuviera claro para todo el mundo. ¿Cuáles son esas razones?



En primer lugar, no se puede tratar mal constantemente a la gente sin que ello afecte su carácter. El experimento se hizo agrupando en dos colectivos distintos a unos ratones a los que la madre no paraba de lamer y de cuidar, y a otros a los que la madre maltrataba y, desde luego, ni se le ocurría lamerlos o acariciarlos. Resultado: el primer grupo superó tranquilamente la esperanza de vida de la especie, mientras que los segundos se murieron meses antes. Los ratones y la gente pagan con su propia vida que los traten mal.
En segundo lugar, no se puede estar continuamente con cara de cabreado, como hacen muchos políticos y directivos de empresa. Fue también a raíz de un experimento que pudo demostrarse que con la cara de cabreado no se podía enseñar nada a los alumnos. Ahora está claro que entretenimiento y conocimiento van juntos. Desde que culminó el experimento, yo les digo a todos mis amigos políticos o empresarios que sonrían de vez en cuando si quieren que les hagan caso.
Antes que la ciencia, un cineasta famoso, Claude Lelouch, había dicho lo mismo en un filme famoso en todo el mundo titulado Itinéraire d’un enfant gâté (itinerario de un niño mimado, aunque en España fue traducida como El imperio del león). Es imprescindible, decía el personaje principal de la película, «saber decir ‘buenos días’». En cuanto a esto, no tengo más remedio que citar los resultados del experimento realizado durante muchos años por el neurólogo Walter Mischel en la Universidad de Columbia; los niños de entre cinco y ocho años que aprendieron a controlar sus instintos más primarios no tuvieron ningún problema en la adolescencia, por ejemplo, para evitar la droga y la falta de atención.
Por último, no invoquen el pasado. Cualquier tiempo pasado fue peor.

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